En la segunda mitad del
siglo XI, el papa Gregorio VII hizo suya la necesidad de una reforma similar a
la llevada a cabo durante un siglo en ámbito monacal de la reforma impulsada
por Cluny y la regla benedictina. En una sociedad ya plenamente feudal, dominada
por las relaciones del vasallaje, y marcada por la confusión entre lo terrenal
y lo espiritual, el papado creía imprescindible restablecer la disciplina y
corregir la moralidad del alto y bajo clero, a fin de que cumplieran con su
misión de ser guías apostólicos de la vida de los creyentes. La reforma
gregoriana se caracterizó por su profundo recelo hacia los padres laicos que
consideraba causantes de la simonía, el concubinato y la corrupción del clero,
en cuya investidura intervenían. Además, aspiraba a crear aquella monarquía
cristiana universal que distinguía al agustinismo político, cuya realización
implicaba una profunda transformación de las estructuras eclesiásticas para
hacer del pontífice, con su corte de cardenales y prelados, la única autoridad
soberana de un imperio universal, constituido por una constelación de estados
vasallos. La aplicación de la reforma desató la llamada “querella de las
investiduras” entre el papado y el imperio germánico que se zanjó con la firma
del concordato de Worms en 1122, aunque brotó en los siglos XII y XIII. Al
hacer de la religión una regla de comportamiento, la reforma eliminó la simonía
e impulsó el celibato. Además, otorgó al papa el poder máximo de la Iglesia
pero, al exaltar su potestad, abrió la vía tanto a las grandes empresas
políticas que fueron las cruzadas como a los excesos en el afán de poder que
condujeron en última instancia a la crisis del siglo XIV.
2 comentarios:
Muy buena tu explicacion me ayudo mucho ...gracias
muchas gracias por ayudarme a entender la reforma gregoriana
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