Domingo de Guzmán nace hacia 1170 en una familia de
la pequeña nobleza de Caleniega, en Castilla, al sur de Burgos. El joven
estudia Sagrada Escritura y Teología en Falencia. Se ordena de sacerdote y en
1196 o .1197 pasa a ser canónigo del cabildo de la catedral de Osma, que ha
adoptado la Regla de San Agustín. Prosigue sus estudios, se inicia en la
ascesis cenobítica y se entrega al ministerio sacerdotal, especialmente
a la predicación. Se beneficia de las buenas cualidades del prior del cabildo,
Diego de Acebes, que pasa a ser obispo de Osma.
En 1203, Diego elige a Domingo para su viaje a Escandinavia. a su regreso, pasan por
Roma y solicitan del papa Inocencio III la autorización para evangelizar a los
paganos. El papa les aconseja ayudar a los legados cistercienses, que intentan
detener los progresos de la herejía en el Languedoc. Domingo y Diego aceptan. En estos momentos, el
catarismo logra un gran suceso en esta región. Es comprensible la ansiedad del
papa ante esta situación y las dificultades de los cistercienses, que intentan
restaurar la doctrina: ortodoxa tratando de imponer un clero parroquial digno y
seguro, que se oponga a los cátaros a los que el pueblo considera mejores
cristianos, puesto que viven una vida austera. Los cistercienses exponen sus
problemas a Diego y a Domingo: hay que reformar el clero y conseguir los
mejores predicadores.
A comienzos del año siguiente, el obispo de Touíouse,
Fulco, decide ayudar a este extraordinario predicador que se separa de los cistercienses.
Domingo acepta crear una congregación diocesana de predicadores de ía palabra
cristiana bajo su control en toda la diócesis a fin de extirpar la herejía,
enseñar la verdadera fe e inculcar las santas costumbres. Así aparece la
primera Orden dominicana, confinada dentro de los límites de una diócesis.
Cuenta con ocho hombres, que se establecen en la iglesia de San Román de
Touíouse. Observan la Regla de San Agustín con otras costumbres tomadas en
parte de los premonstratenses: el vestido de color blanco y el manto negro de
los canónigos españoles. Era una comunidad canonical.
Desde 1206 Domingo comprende que su obra religiosa
no debe consistir solamente en la persecución de los heréticos, sino también
en una profundización de ja fe por medio de una mejor enseñanza de la doctrina
cristiana, y un mejor descubrimiento de las exigencias de la moral católica, y
esto dirigido a toda la cristiandad. En noviembre de 1215, participa en Roma en
el concilio IV de Letrán, y solicita de Inocencio III la confirmación de lo
realizado por su comunidad, así como el título de Predicadores. En noviembre
de 1216, recibe del papa Honorio III la bula esperada. El 17 de enero de 1217,
de nuevo en Roma, obtiene una segunda bula que corresponde a los propósitos
que Domingo había manifestado en la curia romana, puesto que el pontífice liga
la predicación a una orden de penitencia.
La Orden dominicana
Después de una larga experiencia y de una profunda
meditación, nace la Orden de los Frailes Predicadores. Su fundador fue un canónigo
con un vivo deseo de acción pastoral, buen predicador, gran teólogo, firme
organizador, deseoso de servir a los fieles, que quiere para sus discípulos un
género de vida original y una ascesis singular
Su originalidad radica en que
mezcla la oración y la predicación. Fija su residencia en Roma a Tíñales de
1217, y recluía y reparte a & sus hermanos en dos equipos para que se
instruyan en París y en Bolonia, principales centros universitarios cíe la
cristiandad. Domingo viene a España en 121 8 y funda conventos en Segovia y en
Madrid. En París, prospera la casa de los Predicadores establecida en la Rué
Saint-Jacques. El mismo año, los frailes se instalan en Lyón y en Roma (Santa
Sabina). Hacia 1221 se encuentran en Inglaterra y en Alemania. Por todas partes
predican y proyectan llevar el cristianismo a los pueblos más lejanos, aún
paganos.
Domingo organiza la Orden. Hn cuatro años obtiene de
la curia pontificia un centenar de bulas confirmando y precisando los reglamentos
elaborados por los dos primeros capítulos generales de la Orden, reunidos en
Bolonia en 1220 y 1221, y complementados por las constituciones de 1241 y 1259,
que establecen como central la Regla de San Agustín con algunas costumbres
particulares.Después del noviciado, durante el cual se realizan los estudios
teológicos, el futuro predicador pronuncia los tres votos —obediencia, pobreza
y castidad—. En este momento es designado a un convento donde prosigue su
formación intelectual y recibe el diaconado y el sacerdocio. Dentro del
convento, enseña, medita y perfecciona sus conocimientos; en el exterior,
predica en la ciudad y sigue ios cursos en la universidad. El dominico mezcla la
acción y la contemplación; una existencia canonical y una existencia
monástica, inspirada en Jos premonstratenses, en los cistercienses y, en menor
grado, en los frailes menores.
El dominico debe recitar el Oficio Divino, consagrar
una parte del día a la oración y al estudio; practicar una dura ascesis con ayunos
y mortificaciones y, sobre todo, observar ía pobreza individual. Los frailes no
pueden poseer nada: les está prohibido trabajar manualmente para producir; la
propiedad de edificios, objetos de necesidad, libros, etc., debe pertenecer a
oíros: las monjas, por ejemplo, de las que son huéspedes; es necesario que la
Orden viva de la limosna y de las donaciones que sea mendicante: La
organización es simple. A la cabeza de la Orden se encuentra el Capítulo
general, que se reúne todos los años y está compuesto de los religiosos
elegidos por los frailes. El Capítulo ostenta todo el po, der para legislar y
corregir. A su lado se halla el Maestro General, designado también por los
frailes, encargado de representar a la Congregación y aplicar las decisiones
de la asamblea capitular. Bs elegido vitaliciamente, aunque el Capítulo
general Jo puede deponer. Al frente de cada convento se encuentra un prior
elegido, asistido de frailes que reciben funciones particulares. En 1221, los
conventos se reparten en ocho provincias, Roma, Lotnbardfa, Provenza, Francia,
'
El espíritu dominicano
Es difícil definir claramente la espiritualidad
dominica, porque nace similar a los premonstratenses, pero, al ser mendicantes
se asimila a los frailes menores. Tiene, sin embargo, un espíritu propio, cuya
originalidad se encuentra en cuatro características principales. El camino
espiritual propuesto por Santo Domingo comienza con ¡a penitencia. Sin ella no
hay vida religiosa. La penitencia consiste en renunciar al mundo y entregarse a
la mortificación, renunciar a los placeres y a los bienes de este mundo por
medio de la castidad y de la pobreza. A Domingo no le satisface la propiedad
comunitaria vivida pollos cistercienses y los premonstratenses. Quiere una
pobreza real, que libera el alma de preocupaciones materiales. La mendicidad
conventual es un medio de santificación para merecer la felicidad eterna. Esta
pobreza exige un régimen cenobítico, común a todos los frailes y cumplido en un
convento; no se posee jurídicamente nada y solamente son usados los bienes
necesarios para el sostenimiento y la predicación; obliga la asistencia mutua y
facilita la oración comunitaria.
El dominico se entrega a la ascesis en la vida
comunitaria para estar mejor preparado a la acción y el servicio. Es en la
acción —la oración, la predicación, la
dirección espiritual y la enseñanza-— donde realiza su vocación y encuentra a
Dios. Al mismo tiempo, el dominico descubre el sentido y la necesidad de la
Iglesia, a la que pertenece por ser sacerdote. lodo esto se debe cumplir en
una plena confianza en Dios, éste es el final del itinerario y puede ser el
elemento esencial de su espiritualidad, el rasgo más singular de su vida en
comparación con las otras órdenes. El hermano predicador confía en el más allá;
como Domingo confiaba, lanzándose sin miedo a grandes empresas sin tener
aparentemente los medios, acercándose mucho a los hermanos menores
franciscanos.
LOS
HERMANOS MENORES
San
Francisco de Asís
Es una de las personalidades más atrayentes del
cristianismo y uno de los personajes más llamativos de la historia de la
Iglesia, lauto por la experiencia personal que tiene de los problemas
religiosos de su tiempo como por la admiración que despierta. Juan Benardote,
llamado Francisco por su padre, nace en Asís en 1181 o 1182 en el seno de una
rica familia de comerciantes de telas. Recibe una educación mundana que lo
inicia en la cultura clásica; se interesa por las cosas deí espíritu y se
apasiona por la poesía. A los 20 años es un joven burgués de Asís entregado a
los placeres juveniles. "No quiere ser comerciante; su imaginación, su
deseo de aventura» lo empujan a las empresas guerreras.
La Ocasión para tomar las armas se presenta a raíz
de la revuelta de los habitantes de Asís frente a los representantes del
emperador qtie dominaban la fortaleza de la ciudad alta, para lo que fue necesario
resistir en Perugia. Fue una expedición desagradable, pues los suyos fueron
vencidos y Francisco fue hecho prisionero y pasó varios meses cautivo (1203).
De regreso a Asís, cae gravemente enfermo y pierde este dinamismo.
Restablecido, retoma su proyecto y va a juntarse en Apulia con Gualterio de
Brienne, que dirige a favor del papado la guerra contra los Hohenstaufen.
Pero, llegado a Espoleto, cae de nuevo enfermo (1204). Regresa a Asís, donde no
cambia su existencia, pero se muestra menos entusiasta. Después de Espoleto, durante muchos meses
medita sobre sí mismo y descubre las obligaciones reales de la religión a las
que no había gravemente fallado, deja morir su vocación excepcional y se produce
lo que él llama «su conversión».
En 1205, toma conciencia de que debe cambiar de
actitud, viviendo en la soledad, para meditar y orar. Pasa muchas horas en una
i- gruta, se ocupa de los leprosos y trata de reconstruir un pequeño oratorio
vecino de San Damián. En 1206 peregrina a Roma, como el í más miserable
de los pobres, y mendiga su pan cotidiano. Piensa vivir como un eremita (otros
lo hacen en este momento en Italia), permaneciendo laico, pero manteniendo
relaciones deferentes con el clero. Su padre y sus conciudadanos lo consideran
un loco e intentan llevarlo a la casa paterna. Su padre lo conduce ante el
tribunal de los cónsules, que lo reenvían al obispo. Entonces Francisco,
queriendo manifestar públicamente su renuncia al mundo, se despoja de sus
’Vestidos en público en la catedral y los entrega a su padre (1208).
En esta fecha su meditación ha
progresado y descubre que la huida del inundo no resuelve nada, pues aún es
difícil obtener la salvación eterna si se permanece rico, lo que le hará
reflexionar sobre tres versículos del Evangelio: «Si quieres ser un hombre
logrado, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que Dios será tu
riqueza y anda, sígueme a mí» (Mt
19,21); «No cojas nada para el camino, ni ' bastón, ni alforja, ni pan, ni
dinero, ni llevéis cada uno dos túnicas» (Le 9,3); «El que quiera venirse
conmigo, que reniegue a sí mismo que cargue con su cruz y me sigua» (Mt 16,24).
El 24 de febrero de 1209 da eí paso decisivo. Ayudando a misa en la pequeña
capilla de Santa María de los Ángeles, junto a Asís lee en el evangelio de San
Mateo 10,9-11; «No os procuréis oro, plata, ni calderilla para llevarlo en la
faja; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni
bastón, que el bracero merece su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea,
averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que os
vayáis. Al entrar en una casa saludad. Si la casa se lo merece, la paz que le
deseáis se pose sobre ella». Se quita entonces su túnica, sus sandalias, su
bastón, su cinto y se viste de un paño de saco que se lo ciñe con una cuerda.
Francisco se convierte verdaderamente en pobre, el pequeño pobre de Asís.
La espiritualidad franciscana
La excepcional santidad de
Francisco, la profundidad de su me dilación, el ardor apasionado de sus deseos
han contribuido a definir una espiritualidad original, pero más difícil de
precisar de lo que a primera vista parece. El propio Francisco muestra algunas
veces rasgos contradictorios: exaltado por la pobreza, incapaz de valorar la
necesidad de la autoridad y, por lo tanto, en cierta medida anárquico pero
deseoso de aceptar las prohibiciones de la Iglesia, al mismo tiempo que dulce y
humilde, y pensando, por otra parte, en la salvación de los hombres por la
Iglesia. Una sola cualidad reduce todas sus contradicciones: la simplicidad.
Francisco es un alma simple, que quiere amar a Dios y ayudar a su prójimo, que
busca realizar su ideal personal guardando una actitud modesta, que no
ambiciona mandar ni discutir. Sin pretenderlo, Francisco seduce, atrae, turba,
apasiona, pero no quiere aportar ni la lucha ni la discordia.
La perfección cristiana, según San Francisco,
comprende cuatro elementos fundamentales: primero, la humildad, no concebida
como una manera de constatar la miseria del hombre, sino como la voluntad de
someterse tanto a las circunstancias y a los sucesos como a todas las
autoridades establecidas, sin pretender jugar un papel deliberado. El
franciscano es un «pequeño hermano» un «menor» que tiene la obligación de
obedecer sin discusión al clero y a la iglesia. Después de la humildad, pero
teniendo en la vida del alma un lugar fundamental, la pobreza es el corazón de
la experiencia religiosa franciscana. La pobreza no es solamente una condición
económica y material, ni un método de ascesis que favorece la oración y la aproximación
mística a la divinidad, ni un estado para recibir plenamente la gracia divina;
es una virtud sobrenatural, cuya práctica permite dominar a la perfección,
según la intención de la religión cristiana, la realidad humana y, logrado
esto, alcanzar a la vez el desarrollo completo de la realidad humana y participar
totalmente en el amor divino. Por la pobreza se adquieren las otras virtudes:
la caridad, la humildad la pureza y la piedad.
Con esta pobreza se alcanza la mística de amor que
ha animado y exaltado sin cesar a
Francisco y que tiene su mayor manifestación en los estigmas. Para alcanzar
este amor, Francisco propone, junto a prácticas virtuosas, medios diferentes y,
particularmente, la oración j personal elaborada a partir de actos de culto que
exciten la sensibilidad, haciendo hincapié en la figura humana de Jesús. Pide
guardar el contacto con Cristo por la Eucaristía, sobre la que insiste mucho y
en la que encuentra la Iglesia sacramental y refuerza su adhesión al cuerpo
social. Este itinerario alcanza,
finalmente, la alegría y se acerca en este punto a la espiritualidad dominicana, fundada
en la confianza en Dios, aunque los franciscanos estén más atentos al juicio
divino, cuya sentencia puede ser terrible. Una alegría que debe responder a la
esperanza en Dios, que procura al hombre placeres, pero le impone también
pruebas. La alegría es, pues, la beatitud prometida en el Sermón de la Montaña.
Nace de la pobreza y de la renuncia. Pero también procede del placer que el
hombre debe sentir en la contemplación de la belleza de la creación, que
refleja la de Dios. Aquí, cuando el místico se encuentra con el poeta, la
renuncia desemboca en la expansión total del hombre, para el que no hay
posibilidad de alegría sin participar en la cruz de Cristo.
JORGE LUIS MEJÍA RAMÍREZ.